Aquella peli que vimos juntos

¿Os imagináis que el mejor recuerdo del mundo pueda ser, a la vez, el más random? Un micromomento espacio-temporal en el que dos universos se fusionan para compartir, por fin, un instante de complicidad y pausa. Cuando todo lo soñado pasa a un segundo plano y, al fin, te dedicas a improvisar, y todo encaja.

Mis recuerdos favoritos son así: aleatorios e inequívocamente mundanos. No me refugio en grandes hazañas cuando me pongo triste, ni busco recuerdos épicos para acordarme de las personas que son casa. Recuerdo, como Amélie, con cariño, la magia que existe en las pequeñas cosas.

Hace días que intento sobreponerme al gris de un septiembre cargado de trabajo y con poco tiempo libre. Arriba y abajo… sumo kilómetros sin que ninguno de ellos me acerque, ni un poquito, al lugar donde quisiera estar. Es curioso pensar que, si sumara todos los kilómetros acumulados esta semana, estaría más cerca del verde que quiero en mis días, más cerca de ése café por la mañana, con las vistas de las que habla aquella canción que alguien, sin mucho corazón, me dedicó una vez.

Me transporto a mis recuerdos muy a menudo mientras conduzco, envuelta en la rutina de una carretera que recorro de casa al trabajo y del trabajo a casa desde hace ya casi cinco años. Viajo a una habitación diminuta y me veo viendo Tesis una y otra vez. Viajo a una terraza y recuerdo el café y el olor a verde que anhelo en mis mañanas. Y viajo, a veces, hacia un futuro impreciso… a una casa que aún no existe y a una cocina que imagino rodeada de vida.

Es curioso cómo, a veces, los recuerdos y los sueños se fusionan y crean un mundo que quizá nunca llegue a existir, pero que nos mantiene despiertos incluso en medio de nuestros mejores sueños. Puede que sean proyecciones y no deseos, tal vez llamadas de atracción hacia el cambio que anhelamos en nuestras vidas, o quizá simples balas perdidas en el viento, que se difuminan y desaparecen en el pasado por no habernos aferrado, quizá, con la suficiente intensidad a ellas.

Pero lo que sí está claro es que somos una metamorfosis continua en la que cada día renacemos un poco distintos, mudando nuestra piel y nuestro espíritu con el paso del tiempo. Y mientras tanto, seguimos buscando el verde en medio del gris, la pausa dentro de la prisa, y la complicidad escondida en los gestos más mínimos compartidos.

Ojalá aquellos con quienes queremos compartir deseen también cuidar los vínculos.

Nos leemos pronto,


Júlia Esteve

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