Un apagón, una cerveza y tres canciones de reguetón.

He perdido toda la regularidad que logré a finales de 2024, sin que eso signifique que he dejado de escribir, que no tenga historias que contar o que haya dejado de ser constante. Sinceramente, me machaco mucho con el tema de la constancia, pero en realidad —y teniendo en cuenta que la finalidad de este blog es puramente artística y circunstancial— no es tan importante.

Whatever, hoy tocaba parar, tomarme un poco de tiempo y volver a llenar este espacio de pensamientos abstractos, como si fueran obras de Motherwell.

Y aquí estamos de nuevo, vosotros y yo. Hace unos días, el gran apagón (sin tintes de baby boom) me cambió por completo la idea que tenía sobre algunas cosas. Me di cuenta de que internet, en general, me quita muchísimo tiempo. Esto de estar hiperconectados con el mundo me genera más estrés del que soy capaz de percibir en un día normal, y absorbe (irremediablemente) gran parte de mi tiempo. ¿Quizás mis viajes a lugares remotos buscan, en la desconexión, esa pausa de todo lo digital? Seguramente sí.

Quiero tener más tiempo para observar el entorno, ver Las chicas Gilmore una y otra vez con una taza de té, y ser más como Rory: con sus libros, su música y llamadas de teléfono de una hora, si hace falta.

La verdad es que cada vez uso menos WhatsApp, porque estoy cada vez menos pendiente del icono verde. También es cierto que quitar las notificaciones marca un antes y un después radical en tu vida. ¡Os lo recomiendo!

Pero con el apagón, también me di cuenta de la falta de conexión con mi mundo más inmediato. Por cosas del destino, la causalidad o el efecto mariposa, me tocó salir al jardín en plena oscuridad, y allí estaba ella: una luciérnaga brillante que, por los efectos de la contaminación lumínica, jamás había podido ver. ¿Hasta qué punto estamos ciegos ante la naturaleza que crece y habita con nosotros?

Es increíble tomar conciencia de lo mucho que necesito los rayitos de sol, los momentos con esas amigas con las que casi no tenemos selfies. No porque no pasemos horas juntas, sino porque nuestras conversaciones, anécdotas e historias nos mantienen bastante distraídas, y no solemos percatarnos de que existen los móviles. Sí, esa es la gente de la que deberíamos rodearnos siempre.

Nosotras no iremos al concierto de Bad Bunny, pero tendremos representación en otros festivales mucho más cañeros y underground, porque juntas molamos más que el rock and roll.

Y nada, en poco menos de tres semanas llega por fin el verano (al menos para mí), y como cada año, no pienso desaprovechar ni un segundo. Espero volar a la otra punta del mundo para seguir descubriendo que, cuando vuelves a casa, nada ha cambiado tanto. Espero, también, seguir construyendo un universo fotográfico de recuerdos, tribus y confines del mundo.

Venga, a ver si mañana compro Coca-Cola por un tubo y me animo a retomar la sana costumbre de escribir todos los lunes.

Un saludo,

Júlia Esteve

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