¿Nos gusta la rutina?

Últimamente, cuando pienso en la rutina, me resuena la palabra ruina en la cabeza. Tal vez —y solo tal vez— puedo afirmar que no soy una persona que se adapte bien a hacer exactamente lo mismo cada día. El concepto “para toda la vida” me abruma, y lo único que me hace realmente feliz, desde siempre, son el frío, el café, la lluvia y una buena chimenea. Tener que hacer, por obligación autoimpuesta, algo muy concreto de forma repetida no me gusta. Sin embargo hay cosas que repito cada día pensando que, si no las hiciera… no pasaría absolutamente nada.

Me adapto a los horarios a duras penas, porque lo que realmente me va es improvisar: un viaje con apenas una semana de antelación o un plan que surge de la nada y acaba convirtiéndose en el mejor recuerdo. Atesorar esos instantes en fotos y libretas con collage es mi manera de conservar algo para toda la vida, pero el papel no deja de ser efímero: como las personas.

Por eso no me gusta ver mil planes en la agenda. La mayoría de los días lo que me apetece es quedarme en casa. Y cuando no, siempre encuentro mil excusas para inventar un guateque. No me gusta planear porque, cuando llega el día, igual ya no me apetece. Y yo… soy de hacer, quizá demasiado, lo que me apetece. ¿Esperar al último momento hace que tenga más ganas? Puede ser, pero os aseguro que no hay nada más placentero que anular planes para no hacer absolutamente nada.

Tal vez por eso siempre he sentido que mi lugar estaba en el norte. Porque soy más de días grises que de sol, soy muy de quedarme en casa… y si viene alguien pues genial. Por algo mi estación favorita es la del pumpkin spice, la de los colores anaranjados que se disfrutan mejor en ciudades donde los árboles casi rozan el corazón urbano. Echo de menos la naturaleza todo el tiempo, y nunca siento que tengo suficientes árboles a mi alrededor, sobre todo cuando cada día bajo a trabajar al desierto de Alicante.

Hoy siento que es como un nuevo uno de septiembre: un nuevo año, un nuevo comienzo. Un nuevo teclado en el que picar mis argumentos me ha devuelto aquí, a este espacio en el que mis pensamientos se transforman en palabras y en el que escribo, con demasiada transparencia, aquello que me pasa por la mente. Sin rutina y sin obligación pero con café, con mucho café siempre.

Quizás lo que me ocurre últimamente es que me falta dar el giro definitivo. Ese que me permita dejar atrás la sensación de que todavía hay algo sin resolver, de que me falta una pieza: ¿el ikigai, tal vez? Me gusta mi trabajo, me gusta cómo manejo mi vida… pero quizá me he vuelto a ahogar en este lugar al que, una y otra vez, siempre termino regresando: el pueblo.

¿Se puede tener astenia primaveral en septiembre?

Nos leemos la semana que viene,

Júlia Esteve Fuster

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