Aquí de nuevo, otro lunes. Quizás el último, quizás el primero de algo. Llevo una sobredosis de lecturas, de Las chicas Gilmore y de otro centenar de tareas que pueden agudizar mi ingenio o, simplemente, transmitir cómo me siento realmente: totalmente agotada. Hace días que no arreglo el mundo con mis amigas y, ¿sabéis qué? El mundo es bastante más oscuro desde entonces. Creo que nuestras grandes y largas charlas, aunque no nos escuche nadie, hacen el cielo más azul, la cerveza más fresquita y el mundo un poquito más amable.
Si no habéis visto Las chicas Gilmore, no entiendo a qué estáis esperando. Sinceramente, la primera década de los 2000 fue la mejor de todas: sin redes sociales, sin ebooks ni atajos multimedia. ¿Qué sería del mundo hoy en día si, en un día malo, no te acordaras de Britney Spears y te vieras tentada a raparte el pelo al menos un par de veces por semana? ¿Qué sería de nosotras si Kim, la mejor de las Kardashian, no hubiera protagonizado su sex tape, abriéndole así la fama al universo entero y descubriéndonos esa ladera… zona… urbanización… llamada Calabasas? ¿Quién no se ha refugiado en las anécdotas de las Kardashian después de una mala temporada? Si no, que se lo digan a Rigoberta o a Jennifer Lawrence.
Quiero volver a tener un móvil de los que solo reciben llamadas, contar las palabras para mandar SMS y que en los paquetes de Gublins vuelvan a salir los stickers más molones de Grefusa. ¿Qué estábamos haciendo entonces? Deberíamos haber visto a Rory crecer un poquito por delante de nosotras y haber tenido como referente a una chica obsesionada con el café y con las grandes lecturas. Escribir más siempre fue una gran idea; después de mi primera vez con Las chicas Gilmore se ha convertido en un objetivo vital. (Y sí, he escrito «primera» porque estoy segura de que habrá más de una recaída en esa zona de confort en la que deberíamos caer todos los otoños de nuestra vida, tanto los estacionales como los emocionales).
Siento un vacío total y me encuentro a mí misma totalmente obsesionada con Luke, ese señor con una cafetería que es casa, un genio que es encantador y ese gesto de la mano tan típico de los chicos que están ahí pero que nunca te agobian demasiado. ¿Sabéis a qué me refiero, verdad? A ese pequeño toque a la altura de la cadera que acompaña cada uno de sus movimientos, dándole seguridad a cualquier situación, por incómoda, rara o surrealista que sea. Es el típico: «Oye estoy aquí». Luke no es ni un caballero ni un mejor amigo; Luke es Luke, y tiene todos los puntos que deberíamos incluir en nuestra lista del chico perfecto.
Todas merecemos nuestro propio Luke. Nada de Dean, Jess, Jason o Logan. Aunque de todos ellos aprendimos un montón de cosas, merecemos compartir nuestra vida con alguien con quien podamos ser nosotras mismas de verdad. Alguien que nos conozca en los días buenos, en los malos, en los regulares y en esos en los que no saldríamos de la cama ni por un millón de donuts.
¿Voy a meterme ahora en una espiral de cine clásico y grandes libros? Evidentemente. Hay un antes y un después de Las chicas Gilmore. Si la ves a los 20, supongo que te sientes Rory todo el rato… pero, amigas, a partir de los 30 vas a ser más Lorelai que la propia Lorelai. Lo que más envidio de esa mujer es su armario. Sí, quiero robar toda su ropa en las siete temporadas (+ una) que tiene la serie. Y quiero, si puede ser, comer como ella sin ir acumulando kilos extras en el culo. De verdad, a su dieta a base de comida para llevar y donuts solo le añadiría torreznos y queso trufado. ¿Y qué hay mejor para empezar una cena familiar de viernes que una buena copa? Leí en una camiseta que Las chicas Gilmore no es un lifestyle, es una religión, y estoy totalmente de acuerdo.
He aprendido mucho de Las chicas Gilmore, así que ahora mismo solo pienso en embarcarme en una aventura por Los Ángeles para poder visitar el set de mi nueva serie favorita del mundo (a la altura de Friends, evidentemente), y mucho mejor que Gossip Girl o sus sucedáneos similares. Así que nos vemos en Los Ángeles Gilmore.
Y a vosotros os escribo dentro de una semana.
Júlia Esteve